¡No, no podes!

Por Guido Encina*

«Le hicieron creer a un empleado medio que podía comprarse celulares e irse al exterior»

Javier González Fraga, economista argentino y ex presidente del Banco Nación (2 de mayo del 2016)

Son las 21hs de un miércoles caluroso de febrero en Misiones. A mi lado está Amanda, mi hija de cuatro años. Ella mira Netflix, tiene los ojos brillosos, la panza llena y unas migas en su boca por la milanesa que se acaba de comer. Hay un ventilador marca Brisa que altera el sonido que sale de mi televisor y que se suma a los ruidos que vienen de la calle en una noche tranquila. También hay un velador encendido con un foco led que apenas alumbra un rincón del living de la casa que alquilo hace casi una década.

Pensaba, previo a empezar estas líneas que, en unas semanas, Amanda, seguramente no tendrá como alternativa a esa plataforma de servicio streaming para pasar las pocas horas de pantalla que tiene permitido. Observo arriba de la venta y hay un aire modelo 2012 que hace tiempo no se enciende. Y es posible que cuando me levante del sillón, termine pateando algunos de los juguetes de mi compañera que están desparramados por el piso.

Hoy escuché, como otras tantas veces, que un joven bonaerense decía: “Y bueno… se está pagando la fiesta de los años anteriores, eso no era real. Ahora voy a tener que usar más la bicicleta para venir hasta el trabajo”. Las declaraciones del veinteañero se suman a las de otros entrevistados que, con pesar, agarraban el micrófono para descargarse en el marco del aumento de precios del boleto de transporte. Como este pibe, leí a muchos en las redes sociales. Muchos, muchísimos que asumen el ajuste como algo que, en su condición de ciudadano, se merecen. Pero ¿Qué se merecen y quiénes se merecen?

Arriba cité al presidente del Banco Central en tiempos de Menem y máxima autoridad del Banco Nación con Mauricio Macri. La frase que pocos ciudadanos recordarán fue previo a ganarse el último cargo público que ocupó entre los años 2017 y 2019. Javier González Fraga siempre se opuso al plan de convertibilidad ejecutado por Domingo Cavallo y su intransigencia concluyó en la renuncia prematura en el año 1991, cuando la inflación empezaba a bajar (84% interanual). Tras la poco afortunada expresión, el economista explicó que se trataba de una decisión política-económica con la que no estaba de acuerdo: el consumo en tiempos que gobernó el kirchnerismo. Claro, en ese momento debía justificar las medidas devaluatorias que tomó la fuerza política Cambiemos, que empezaba a dar señales de lo que sería un gobierno que no pudo ser reelecto años más tarde.

Es difícil entender de economía. En mi caso, hago un esfuerzo cotidiano para comprenderla e intento, permanentemente, no disociarla de la política para comprender los efectos en la sociedad. Sin embargo, la historia cuenta con un enorme staff de dirigentes que consideran que es más fácil culpar a la economía, explicar con palabras y conceptos complejos en pos de deslindar responsabilidades a la propia fuerza política o ideología que representa. El caso más actual y paradigmático es el de Javier Milei, presidente de los argentinos.

Las decisiones económicas que toma un gobierno está cargada de muchos factores: conocimiento de contexto, variables, modo de ejecución y del efecto o consecuencias, entre otros.  «Es la primera vez que alguien gana diciendo que va a hacer un ajuste», expresó el Jefe de Estado argentino y agregó: «Al ajuste no lo van a hacer los argentinos, lo va a hacer la casta. No hay plata». Sus expresiones corresponden cuando todavía no había asumido su nuevo rol, pero claramente tenía un objetivo y comprendía que la herencia recibida no le dejaba otra alternativa que hacer lo que viene anunciando, aunque efectivamente las consecuencias de sus medidas afectaron a la ciudadanía, que pretendía cuidar, y no a “la casta”.

De espaldas al Congreso Nacional, les habló a los suyos y no se corrió del eje circundante del #modocampaña. En la plaza había varias remeras con el lema “no hay plata” o “la casta tiene miedo”, también mensajes de esperanza y alegría por un devenir que siempre fue planteado con mucha más incertidumbre que certeza. Así Llegó al poder y se sostiene: mucha comunicación y poca acción en pos de una mejora en la calidad de vida del que llevaba una motosierra en mano como símbolo de los tiempos que corren.

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Sin ser fino en los números que conocemos, sabemos que la calidad de vida de los argentinos empeoró en los últimos meses. El poder adquisitivo tuvo fuerte caída en sus votantes y en los que no lo votaron. La motosierra pasó de podar los privilegios de la casta a tener colgado “se vende” en el mango. Es decir, la economía nos afectó a todos, seguramente a algunos más que otros y donde no se distinguió la motivación del voto. No obstante, y como ocurre en este país, el nivel de resiliencia perdura, hasta tanto y en cuanto existan “orcos” del otro lado.

Perdón, pero como Amanda tiene que ir a dormir. Voy a tratar de no explayarme más y continuar con el propósito de estas líneas.

Las decisiones económicas de un gobierno siempre tienen variables y alternativas antes de ser ejecutadas. Utilizando la teoría de la sábana corta (tal como lo hizo Milei en su campaña al decir que los que quedan descubiertos eran “la casta” y tapados “los argentinos de bien”), es imperioso señalar que los menos perjudicados fueron los mismos de siempre: Los que más tienen, claro. Los poderosos, ricos, evasores y especuladores o timberos, seguramente no tendrán problemas para pagar combustible más caro, ni tampoco sus alimentos, su prepaga o el colegio privado de sus hijos, y en caso de tener algún inconveniente ajustará por el lomo de algún empleado, empleado que quizás tenga la remera de la motosierra.

“Es la economía estúpido”, fue la frase popularizada por Bill Clinton en campaña mientras observaba la caída de popularidad por un declive en la economía del entonces presidente George Bush que peleaba por la relección. Claro, el nivel de aprobación de su gestión ya no era la misma que en sus primeros años, cuando la dinámica era otra y permanecía esa “primavera” de encanto, que luego mutó a tolerancia y terminó con desilusión.

Los tiempos son otros, las dinámicas cambiaron y las exigencias tienen otro cariz, van con un tenor brusco. Lo podemos identificar por las reacciones permanentes en las calles y, el otro escenario de batalla discursiva: Las redes sociales.

Ese pibe que hoy acepta su condición de ser más pobre porque entiende la lógica de González Fraga, puede que en algún momento se canse de “los orcos”, de las batallas culturales en sus cuentas con las que interactúa y empiece a observar que la casta no tiene miedo, que la casta convive, que la situación puede estar mejor para los mismos de siempre, mientras la hebilla de su cinto tiene que cambiar de agujero a uno que ajuste más.

Tal vez, ese pibe, considere que se merece un bienestar que en algún momento lo tuvo (si es que lo tuvo). La remera con el lema “no hay plata” puede que mute a trapo de piso o se convierta en cenizas, los orcos ya no sean los mismos orcos, y el déficit fiscal, nuevamente un problema, o no, pero aparecerán otros. No lo sabemos. Pero con seguridad, sabemos que los romances se terminan, que desde chicos hemos sufrido desencantos, que las ideologías van mutando acorde a los intereses y es probable que en algún momento se pregunte cuánto vale su esfuerzo y si es que solamente depende de él progresar económicamente, o no. En su respuesta futura sabremos si un empleado medio puede o no comprarse un celular último modelo e ir de viaje al exterior. Por ahora, él no puede.

Amanda se durmió. Fin.

*Director de Aldiome Misiones

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