“Entre la memoria y la imaginación” – Entrevista a Sergio Alvez, autor de Urú con otros relatos
-Entrevista: Nicolás Fava
-Foto: Carolina Ocar
Sergio escribe para vivir, porque es periodista. Pero en sus ratos libres también mantiene relaciones íntimas con las palabras: juega, milita, y hasta parece que reza tejiendo sus historias. Define al texto como “una urdimbre entre la memoria y la imaginación”. Lo que empezó como un entretenimiento o un desahogo, hoy se está volviendo algo más serio. Nos encontramos en Buenos Aires para hablar de su nuevo libro y de la literatura en general. Puede que “Urú con otros relatos”, recientemente publicado de manera independiente, sea una de las mejores noticias de la literatura misionera de los últimos tiempos. En la mesa hay un vino, semillas de zapallo tostadas, una lista de preguntas y un grabador que nos escucha. Otra persona, en una mesa contigua, nos acompaña. Si la literatura es urdimbre, yo quiero saber cómo funciona ese telar. Antes que nada, me intriga la pre-historia del libro.
– ¿Antes de Urú… qué habías escrito?
– Hay libros publicados. Pero ahora comienzo a pensar que este es mi primer libro. Te voy a contar por qué pienso eso, pero antes te voy a contar lo que hubo (en gran medida, mucho de eso, me da vergüenza). No exactamente vergüenza, pero a veces la ansiedad de publicar es muy mala consejera, digamos. Si uno no toma la suficiente distancia de una obra literaria no se puede dar cuenta de un montón de cosas. Y no son estados de Facebook. Un libro es algo que perdura y una vez que se imprime no hay vuelta atrás.
En 2013 fue mi primera experiencia de edición, previo a eso solo había escrito cuentos aislados para diarios y concursos. Ese libro se llamó Desviento (todavía me gusta esa palabra). Con una tapa alucinante (la tapa era lo mejor del libro). Fue una tirada de 50 ejemplares. A las pocas semanas de haber sacado el libro yo casi quería comprar todos y enterrarlos. Porque era muy dark, me di cuenta que había cosas que yo no quería contar. Era muy oscuro, había mucho bajón. Pero era lo que había.
Después, en 2014 con la misma editora (Nadia) hicimos Manija. Un poco mejor, menos darky, pero con muchos errores técnicos. Tampoco me interesó seguir bancando ese libro. También creo que fueron 50 ejemplares.
Una noche escribí una serie de cuentos breves y prosa poética a que le puse “La mano en el corazón”. También me gustó un tiempito nomás. Hicimos 5 ejemplares, debe ser uno de los libros con menor tirada de la historia de la literatura.
En 2014 hubo un concurso provincial de literatura por el bicentenario y había que presentar 5 textos. A esa serie de relatos le puse Calendarium y gané el primer premio. Salió en un libro con muy poca onda realmente, en el que participamos varias personas, un libro con la cara del gobernador, una tapa desastrosa, un agravio para los escritores realmente.
Y ya llegamos a esto, que se editó ahora, en 2016. El año pasado estuve viviendo en Aristóbulo, con mucho tiempo libre, mucha introspección, y me dediqué mucho a los textos.
– ¿Existe un momento en el que decidís hacerte escritor, así, más seriamente y con todas las letras, digamos?
– Sí, existe un momento en que te ponés las pilas. Para mí fue este libro. Es decir, ¡loco, quiero hacer un libro que no me de vergüenza al toque!
Admiro mucho a un escritor que se llama Pablo Ramos con el cual tenía una suerte de asesoría online: yo de cara dura le escribía y él me contestaba. Y es muy sencillo, es como dice Abelardo Castillo: escribir es corregir. Entonces una vez que pude incorporar eso desterré toda la idea de la inspiración. La inspiración es la voluntad de escribir o de creación artística pero que se va a dar cuando vos te generes todo el contexto alrededor. Y ese contexto es en principio el tiempo, la soledad, el espacio físico, una taza de café o un vino, lo que necesites. Lo que sea, pero la rutina tiene que estar. Y ahí es factible que aflore la creación. Además trabajar con borradores para no olvidarte las cosas, incorporar todo eso. Y estar descansado a la hora de hacerlo; el escritor reventado no puede escribir; en todo caso después; por lo menos yo, no. No, no… tenés que estar limpio. Y después corregir, sobre todo. Someter los textos a un trabajo de inspección. Modificar lo que hay que modificar. Una, dos, tres veces. Y eso da resultado. Eso hace que no te pase lo que a mí me pasó con los otros libros.
– Hagamos un multiple choice. Tu relación con las palabras tiene que ver con: a) Una experiencia estética; b) Una herramienta para cambiar algo; c) Un oficio para vivir; d) Un ritual espiritual; e) Una necesidad fisiológica, como rascarte cuando te pica.
– Elijo B, C y D. Yo creo que podría estar sin escribir. Conozco tipos que saben hacer muchas cosas, que son duchos, que saben construir, pintar, dibujar. Yo no sé hacer muchas cosas. Entonces, como me interesa la escritura, me interesa superarme, es algo en lo que me interesa evolucionar. Y para eso lo tenés que hacer y tenés que ser cada vez más exigente. Yo estoy en ese camino y calculo que cuando tenga 50 o 60 años voy a escribir el cuento que me satisfaga. Esto es prueba todavía. Calculo que va a llegar algo pero falta mucho aún. Para eso hay que publicar, escuchar lo que te dicen, volver a leerte. Lo tomo como un camino largo.
La búsqueda de la belleza no es algo consciente. No es exactamente algo bello lo que uno quiere hacer, por la valoración de la belleza en sí. Se valoran otras cuestiones. En realidad, uno nunca sabe, cuesta un poco teorizar. Hay mucho de inconsciente en lo que te lleva a escribir o inventar. Se lo pregunta un poco el narrador del primer relato de Urú… Para qué sirve un poema, un cuento. Cosas que no se pregunta un mecánico o el que hace una mesa, porque está claro para qué sirven, para qué se hacen, qué aporte es hacia los otros.
– Por lo que se lee, sos eminentemente un cuentista, ¿cómo te llevas con los otros géneros?
– Yo respeto mucho la novela. Para mí el tipo que escribe una novela ya merece mi respeto por haberla hecho. Es el género que me atrae como lector. Me gusta el hecho de que un libro te atrape. De vivir un romance con el libro. El libro de cuentos uno salpica más, digamos. Yo me acuerdo novelas que me volaron la cabeza. Que las leía en el marco de un ritual, prácticamente. Te cuento un par, de paso ya recomiendo:
Hay una película que se llama Barfly, que está basada en un guión de (Charles) Bukowski con Mickey Rourke y un par de actores conocidos. Bukowski hizo una novela sobre todo eso, de cómo fue todo el mundillo de la filmación, que lo convoque el director, una suerte de “reality” sobre su experiencia del rodaje. Se llama Hollywood, y me acuerdo que en esa novela había tanto vino que yo sentía que tenía que sentarme en una mesita, tomar un vino, y leía así. Hasta que no podía más, porque veía la letra doble, y dejaba.
Otra que me gustó mucho es Pregúntale al polvo de John Fante. No la conseguía por ningún lado y después la encontré acá en la calle Corrientes, por tres pesos. Me terminé comprando todos los libros de John Fante. Y de Bukowski también.
Un libro al que recurro siempre que no sé cómo resolver algo, al que vuelvo como a una biblia es De qué hablamos cuando hablamos de amor de (Raymond) Carver. Y hay un libro que se llama Más allá, de (Horacio) Quiroga al que también siempre vuelvo.
– En tu libro hay una voz regional, escenarios y personajes propiamente misioneros. Está la frontera, están las creencias y los ritos populares, la vida urbana y rural. Incluso Buenos Aires aparece casi como una extensión territorial de lo que es la vida de muchos misioneros. Pero al mismo tiempo es un registro diferente del que se cataloga habitualmente como literatura regional tradicional. ¿Existe una búsqueda o un trabajo especial para no caer en los extremos del particularismo ni del universalismo?
– A mí no me gusta mucho hablar de otros autores. Porque de hecho a mucha gente le gustan cosas que a uno no le gustan. Pero hay una estigmatización quizá bastante fundamentada de lo que es la literatura misionera en general, que siempre habla del Pomberito, de la mandioca, de los lapachos en flor… Como que hay un exceso de reiteración de lo que tiene que ver con la mitología regional, lo guaraní…Una reiteración de temas que rompe un poco las pelotas del público, o por lo menos de uno como lector. O sea: ¡dejemos de hablar del Pombero dos minutos!
Pero al mismo tiempo, en este libro es algo que a mí me ayudó mucho. Yo soy una persona que no conoce mucho la geografía del mundo. El año pasado recién tuve la oportunidad de ir a Ushuaia y ahí recorrí un poco el país. Pero de lo que es Misiones… yo por mi laburo estuve diez años viajando por la provincia. Iba al interior dos o tres veces por semana. Viví en cuatro lugares distintos. Entonces es un terreno en el que me siento muy seguro. Si yo tengo que hablar de un escenario en Campo Ramón, o de una picada en San Martín, o del paraje Siete Pelotudos de San Pedro (sí, se llama así), o hablarte de las playas de Caraguatay, o te tengo que contar algo sobre un barrio de Eldorado, o cómo era el Parque Paraguayo de Posadas y cómo se transformó, o cómo era el Brete, tengo ese bagaje y me ayuda mucho. Tengo esa experiencia vivida de haber visto muchos rincones de la provincia. Eso te da mucha seguridad. Y aparte, la dialéctica de la gente. Si yo voy a hacer una historia en El Soberbio, yo sé cómo se habla ahí. El portuñol no es el mismo que se habla en Concepción de la Sierra, o del que se habla en San Antonio. No hay un solo portuñol. El posadeño es un tipo casi sin identidad. Yo soy posadeño. No tenemos identidad. Tenemos una confusión enorme. Encarnación ahí en frente, nos vamos de vacaciones a Brasil, venimos a Buenos Aires, nos sacaron el río…. El posadeño es la nada misma culturalmente. O por lo menos en construcción. En otros lugares está mucho más afianzada la identidad. En Puerto Azara la gente sabe qué es. En Concepción de la Sierra saben qué son. En Apóstoles lo mismo. En Puerto Rico saben qué son. (Son nazis, pero saben).
– Casi dijiste Eldorado, me parece.
– No, no. Ustedes son Neo-Nazis.
(Risas)
– Como periodista o comunicador popular ¿cuáles son tus referencias?
– Rodolfo Walsh, por la rigurosidad y la paciencia en la investigación. Me parece que no hubo otro periodista de esas características. “ANCLA; Rodolfo Walsh y la Agencia de Noticias Clandestina” me parece un libro que tiene que estar en todas las escuelas de periodismo. No sé con quién podríamos compararlo en la actualidad. Con Osvaldo Bayer, tal vez, pero él es más historiador.
De ahora me gusta (la revista) Sudestada o la revista MÚ de la Cooperativa La Vaca. Lo ideal está en no tener una sola referencia. Yo creo que si no estás de acuerdo con la ideología, por ejemplo, de La Nación estás más obligado a leerlo. Tenés que mirar TN, tenés que leer Clarín. Porque esa es la forma de conocer ese pensamiento y evolucionar. Y al mismo tiempo encontrar dónde están las voces con las que vos te sentís más cómodo, más afín.
“El título de mi libro tiene que ver con Rodolfo Walsh. Yo llego a la palabra urú como periodista. Era el aniversario del pueblo de San José, pegadito a Apóstoles. Un pueblo muy chiquito, muy tranquilo. En el marco de ese aniversario el intendente entregaba unas plaquetas con un diploma a distintos personajes de San José. Y en eso escucho: “Y ahora… le entregamos un reconocimiento a Don Rito Sosa, el ultimo Urú…” Y vi que un señor grande, que apenas podía caminar, recibía una plaqueta. Cuando bajó, voy, lo cruzo y le pregunto: “Disculpe mi ignorancia…” y bueno, ahí me cuenta qué era el urú, ese oficio tan terrible. Y después, buscando la palabra encuentro la Crónica de Rodolfo Walsh: La argentina ya no toma mate, de 1965, basada en la experiencia de Walsh recorriendo yerbales y parajes hablando con los peones, donde vio un urú en acción. En ese texto Walsh, que no era precisamente un tipo descuidado con las palabras sino todo lo contrario, describió al urú como “el trabajo más insalubre del mundo”. Y era un tipo que escribió en el periódico de la CGT, que vio muchas cosas como para terminar poniéndole semejante calificativo. Entonces esa palabra a mí se me grabó a fuego.”
Casi lamentándose, Sergio afirma no poder encontrar demasiados autores misioneros que lo deslumbren. Nombra a Horacio Quiroga recurrentemente. “Las formas del habla misionera” es un libro de investigación de Hugo Amable que también menciona. Sigue buscando hasta que en nuestro mapa literario contemporáneo solo encuentra dos poetas: Tamara Szychowski, una chica de Apóstoles que escribió poemas antes de suicidarse -“era hija de un gran yerbatero, yo creo que cargaba una gran tristeza por eso”-. Y un periodista que, a su juicio, escribió el mejor libro de poesía que haya dado la literatura de Misiones. Se llama Alberto Hedman, trabaja hoy en el diario Primera Edición y estuvo exiliado en Suecia. Su libro, de 1983, se llama Ultramar y fue publicado por una editorial nórdica. En Misiones La cooperativa Superficie hizo una reedición de muy pocos ejemplares.
– Muchos grandes escritores, entre ellos Horacio Quiroga, incursionaron en lo que hoy es ya una especie de género autónomo en el mundo de la literatura: el decálogo de máximas o recomendaciones (del buen escritor, del cuentista, etc.) En este caso, no pedimos diez porque sería mucho, pero ¿cómo sería el medio-decálogo de Alvez de recomendaciones para principiantes?
En principio, saber que es totalmente posible. Que cualquiera puede. No comparto esa visión de que hay seres que nacen con el don. Probablemente si yo me hubiera dedicado a nutrirme y formarme en electricidad podría ser un gran electricista, sin embargo no sé ni cambiar una bombita, porque no me hice ese tiempo, ni me dediqué. Con la escritura pasa exactamente lo mismo.
Leer. Identificar cuáles son las cosas que te gustan. Cuál es la clave narrativa y el estilo con el que te gustaría desarrollar tu creatividad literaria, que la tenés, porque todos la tenemos.
No creer que podés inventar un género. No creer que podés inventar nada. Podés inventar historias propias, ya está todo inventado. Tenés que encontrar una forma que te guste y encontrar la mayor libertad dentro de eso.
Generarte el espacio, el tiempo. Tomarte en serio eso. Nada de “hoy me levanté inspirado, hoy sí tengo inspiración”.
Saber que escribir es corregir. Ser crítico con tu propio trabajo. Pero sobre todo escribir y escribir. Crítica sí, pero no autocensura. Esta bueno que no te guste, es la mejor señal de que vas por buen camino, porque te va a forzar a escribir. Y va a llegar un momento en que esa historia que no la pudiste resolver en el primer borrador, ni el segundo o el tercero llega a un punto de maduración que te gusta. Ahí, diste un pasito importante.
Pin-Pong
– Los cuentos que más te gustan de Urú…
– Urú y Amor de Pernambuco
– Una vocación frustrada
– La música
– Un músico
– Luca Prodan
– Un personaje histórico
– También, Luca Prodan
– Un hábito que cambiarías en toda la sociedad si pudieras
– La forma de alimentarnos
– Una comida
– Milanesa con huevos fritos
– Una película
– Lucía y el sexo
– Una mujer
– Ella.
Ella, que estaba distraída en la compu, se yergue. Su cabeza se inclina. Un ojo nos mira, y la mitad de una sonrisa se deja ver. La entrevista termina y ella se acerca. Nos espera otro vino y una charla aún más interesante, pero es mejor no registrarla. La literatura es una urdimbre entre la memoria y la imaginación.
Escritores que se mencionan en esta nota: Pablo Ramos, Abelardo Castillo, Charles Bukowski, John Fante, Raymond Carver, Horacio Quiroga, Rodolfo Walsh, Osvaldo Bayer, Hugo Amable, Tamara Szychowski, Alberto Hedman, Luca Prodan.
Cómo conseguir Urú con otros relatos: Revista Superficie